01 Sep LA EXCELENCIA COMO META DE APRENDIZAJE
Se define la excelencia como el cuidado y la atención por hacer las cosas lo mejor posible, poniendo en juego nuestras mejores capacidades. Esto lleva al aprendizaje, la creatividad y el crecimiento personal. Aristóteles decía que la excelencia no es una acción, sino un hábito y que para desarrollarlo tenemos que aprender a preguntarnos todo el tiempo.
La exigencia busca hacer las cosas perfectas, lo que resulta imposible. De esta manera uno queda siempre insatisfecho, frustrado y anhelante. Su camino está lleno de autorreproches y de sufrimiento “podrías haberte esforzado más”, “podrías haberlo hecho mejor”. La exigencia asume que “lo que hago es lo que soy”. Hace que cada error sea un fracaso insostenible que afecta a lo más profundo de mi identidad. Error y crítica se convierten en algo personal que amenaza mi integridad, surgiendo dificultades para aceptar puntos de vista y sugerencias de otros. La exigencia mira “el hacer” y los “resultados”. Todo el beneficio queda postergado al momento en que se culmine el objetivo. Cuando éste finalmente se alcanza, no se experimenta ningún bienestar poniéndose rápidamente el foco en un nuevo objetivo.
La excelencia se centra en “el ser” y en el “compromiso con los objetivos”, en aquello que es prioritario para mí. Se centra en el proceso, en el camino, en el objetivo más que en el resultado. Su camino se acompaña del bienestar, la satisfacción y la alegría que producen la posibilidad de crear, de aprender. Las personas que se relacionan desde la excelencia viven el error como una oportunidad de aprendizaje, no como un fracaso. Se sienten más abiertas a buscar alternativas, aceptan otros puntos de vista, admitiendo las críticas y las sugerencias. No se sienten amenazadas como personas y cualquier aportación puede significar una oportunidad para seguir aprendiendo y avanzar hacia el objetivo.
La excelencia genuina es un estado de excelencia interior en el que se acepta que el aprendizaje, el desarrollo y el cambio son posibles. Desde ahí se trabaja para desarrollar relaciones armónicas y respetuosas centradas en el deseo de asistir y de ser asistido, de cooperar en vez de competir. En definitiva, dar lo mejor de uno mismo y disfrutar de una sensación interior de bienestar.
“Mi única política es dar lo mejor de mí todos y cada uno de los días”.
Abraham Lincoln.