Inteligencia Emocional, ¿ de qué estamos hablando?

Desde que en 1990 Mayer y Salovey acuñaran el término de inteligencia emocional y Goleman lo popularizará en 1995 con su libro “Inteligencia Emocional”, continuamente se oye hablar de estos términos. Fue Goleman quien planteó que el éxito en la vida en general y por lo tanto en el campo laboral, depende en un 80% de la inteligencia emocional y en un 20% de la inteligencia general.

También ha sido estudiada y conocida la relación entre las emociones y la salud, sabiendo que algunas de ellas como la ira o la ansiedad afectan negativamente a nuestra salud.

Pero, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de emociones?, ¿en qué consiste la inteligencia emocional?, ¿están relacionadas las emociones con los pensamientos?

Una emoción es una reacción positiva o negativa ante un estímulo, su naturaleza, positiva o negativa, va a depender de cómo nosotros interpretemos ese estímulo. Es decir, la emoción que sentimos depende de cómo elaboremos cognitivamente ese estímulo, de las ideas, sentimientos y creencias que tengamos acerca del mismo. Esto explica que un mismo estímulo pueda provocar diferentes reacciones en distintas personas o en la misma persona en diferentes momentos, ya que su elaboración cognitiva ha sido distinta. Epicteto (35 DC-135 DC) en su manual de vida señalaba: “los acontecimientos no nos hacen daño, pero nuestra visión de los mismos nos lo puede hacer. Las cosas, por sí mismas, no nos hacen daño ni nos ponen trabas. Tampoco las demás personas. La forma en que veamos las cosas es otro asunto. Son nuestras actitudes y reacciones las que nos causan problemas (…). No podemos elegir nuestras circunstancias externas, pero siempre podemos elegir la forma de reaccionar ante ellas.”

La inteligencia emocional consiste en la capacidad de gestionar nuestros estados emocionales y los de los demás. Se basa en la percepción (tomar consciencia de cómo se siente uno mismo y los demás), comprensión (analizar la emoción) y manejo (regular las emociones, minimizar el impacto si son disfuncionales, no reprimirlas, encontrar en equilibrio). La inteligencia emocional implica un importante componente reflexivo. La competencia emocional (o inteligencia emocional) se divide en competencia personal y competencia social. La primera determina el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos e implica: la consciencia de uno mismo, de nuestros estados internos, recursos e intuiciones; la autorregulación, el ser capaz de controlar esos estados, impulsos y recursos y la motivación, aquello que nos guía y facilita el logro de nuestros objetivos. La competencia social determina el modo en que nos relacionamos con los demás e implica la empatía, es decir, la consciencia de los sentimientos, necesidades y preocupaciones ajenas y las habilidades sociales entendidas como la capacidad de producir respuestas deseables en los demás.

El desarrollo de la inteligencia emocional ayuda a las personas a mejorar sus relaciones, ya sean consigo mismas (autoestima) o con los demás (compañeros o pacientes) lo que repercutirá en una mayor felicidad para el trabajador, un mejor ambiente laboral y una mayor calidad del trabajo realizado: el cuidado del paciente.

 



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